Por James Cifuentes Maldonado
A un poco más de una semana de haberse establecido el
nuevo gobierno de Colombia, queda claro que en algunos temas la
administración está jugada, es decir no
depende de nada ni de nadie, ni está interesada en medirle el aceite a la
opinión pública, por ejemplo, en la iniciativa de la Paz Total, en la cual es
inminente la constitución de la mesa de diálogos con el ELN e incluso se siguen
explorando alternativas jurídicas para poderse sentar con las bandas
criminales, dentro de ellas el clan del golfo que reclama un tratamiento
político, que conlleve a un eventual sometimiento. Otro ejemplo, el tremendo remezón en las filas
de Ejercito Nacional y de la Policía Nacional, donde la premisa ha sido que los
cuadros de los altos oficiales queden depurados de tachas o dudas en relación
con el respeto a los derechos humanos, especialmente frente a los “falsos
positivos”.
La otra cara de la moneda son los proyectos de reforma tributaria y de reforma laboral, de gran polémica y sobre los que uno siente que el Presidente y el Congreso no tienen mucho margen de maniobra, por la alta sensibilidad dentro de la gente y dentro del empresariado. En estos temas puede decirse que los gobiernos ya no pueden hacer lo que se les venga en gana, por los miedos a un estallido social o a que los empresarios opten por la desidia, con el chantaje de hacer recortes en la mano de obra contratada, como se ha anunciado frente a la posibilidad de restablecer las horas extras a partir de las 6:00 pm.
Sobre el embeleco de los impuestos a ciertas bebidas y a ciertos alimentos, me detendré un poco con la siguiente consideración. Por supuesto que hacer Coca-Cola, Pepsi y Manzana Postobón, genera empleo para los pobres y riqueza para los dueños de las fábricas, pero ese no es el punto cuando discutimos los efectos dañinos del azúcar y si el mejor medio de control son los mayores tributos; el verdadero punto es la ignorancia, la falta de conciencia del auto cuidado, el punto es la salud. Aunque es posible que hacer ruido con la amenaza de que las gaseosas van a subir de precio puede tener algo de utilidad.
La polémica sobre las bebidas azucaradas y los alimentos ultra procesados, qué si el salchichón, qué si la salchi-papa, no es más que bulla que no va para ninguna parte, porque la economía se mueve es con plata y al final la reforma tributaria será del tamaño que decidan los dueños del capital, ni siquiera los políticos que solo son los muñecos de ventriloquia de los magnates.
Lo que verdaderamente importará es lo que a cada uno de nosotros nos dé la gana de comer y de beber, al precio que sea, en términos del vil dinero y con el costo que ello represente para nuestra integridad física, en términos de salud y calidad de vida.
O es que ¿acaso al que está entonado le importa si la botella de aguardiente con la que se va a emborrachar y con la que se va a tirar el hígado vale 100.000 o 150.000? O es que ¿acaso al borracho le importa que con esa misma plata puede comprar verduras para todo el mes en su casa?; ¡qué va! pura milonga, pura lora y ganas de joder, de lado y lado, igual que la guerra estéril contra el tráfico ilegal de drogas, que son ilegales sólo porque a alguien le conviene.
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