Por James Cifuentes Maldonado
Hace 30 años iba a cuanto jolgorio me invitaban o incluso donde no me
invitaban, literalmente la parranda era hasta el amanecer y no había problema
con llegar a la casa a las 4 o 5 de la mañana, prácticamente a cambiarse de
ropa y a que la mamá nos hiciera un caldo de huevo y un café cargado para ir a
trabajar; el cuerpo aguantaba, éramos jóvenes y todo eso que llamábamos locura
hoy pudiéramos llamarlo insensatez.
Esta es una de las perspectivas que tendríamos para sostener que en
efecto todo tiempo pasado fue mejor, pero no, el pasado no es mejor ni peor, es
simplemente el pasado, recuerdos para rumiar, que es una forma de volver a
vivir; momentos cuyo gusto solo podía tomarse en su oportunidad, porque cada
etapa de la vida tiene su propia intensidad y sabor.
A mis 51, me visualizo el pasado sábado en la mitad de una muchedumbre
en el Concierto de Salsa de las Fiestas de la Cosecha, a eso de las 8:30 p.m., en
el costado sur occidental de la rotonda de la calle 71 a la altura del Almacén
Éxito en Cuba; me acompañan mi hermana, una amiga de ella y mi hijo; estamos
parados sobre el separador y literalmente no nos podemos mover; calculo que en
esa parte del espacio dispuesto para el concierto hay unas 2500 personas, por
lo tanto en todos los alrededores del escenario, donde habría de hacer su
presentación el Grupo Galé, el Grupo Niche y Charly Aponte, como principales
atracciones, habría más de 10.000 personas, una barbaridad.
El ambiente es fabuloso, la gente está tranquila, los vendedores de
guaro y cerveza van y vienen; estimo que de cada 10 asistentes 6 son mujeres;
el sonido es perfecto y cada uno se las arregla para bailar en el medio metro
cuadrado que le corresponde. En estas
circunstancias me asalta un pensamiento: no hay fiestas buenas ni fiestas
malas, simplemente hay fiestas a las que uno va, o no va.
Luego de casi dos horas, que se me pasaron volando, por lo entretenido
que estaba, suena “Pa qué me llamas” la canción del grupo Galé que esperaba que
cantaran, la que me hizo ir al evento; me la gocé; tomé mi móvil, levanté los
brazos e hice un video en una toma de 360 grados durante un poco más de 4
minutos que duró la interpretación; fue fascinante ver la gente, sus caras, sus
pintas, su dicha.
Rayando las 11 p.m. decidí que ya era suficiente para mí, tomé a mi hijo
de la mano, con fuerza; nos tardamos 10 minutos abriéndonos paso hasta llegar al
semáforo del Crucero, para seguir caminando a casa. Al otro día supe que la
fiesta se extendió por 5 horas más. No sentí remordimiento por haberme perdido
a Niche tocando “Algo que se quede”, otra canción que me gusta bastante; en otra
ocasión será; me quedo con la satisfacción de que muchos jóvenes si lo vieron; que
para ellos será inolvidable y que dentro de 30 años seguramente estarán
hablando de eso, así como yo hoy rememoro mis años mozos.
A la alcaldía de Pereira, mi gratitud. Entiendo que las fiestas costaron
5600 millones; pero no importa el costo cuando todo sale bien, si los eventos
se planifican, se ejecutan con transparencia y se cumple el objetivo; el
bienestar de la gente no tiene precio. La ciudad como colectivo es un cuerpo
vivo y merece estas atenciones, así como cuando cada uno de nosotros cumple
años y en casa nos celebran como lo merecemos.