miércoles, 31 de agosto de 2022

No importa el precio, si la fiesta es buena.

 


Por James Cifuentes Maldonado

 

Hace 30 años iba a cuanto jolgorio me invitaban o incluso donde no me invitaban, literalmente la parranda era hasta el amanecer y no había problema con llegar a la casa a las 4 o 5 de la mañana, prácticamente a cambiarse de ropa y a que la mamá nos hiciera un caldo de huevo y un café cargado para ir a trabajar; el cuerpo aguantaba, éramos jóvenes y todo eso que llamábamos locura hoy pudiéramos llamarlo insensatez.

Esta es una de las perspectivas que tendríamos para sostener que en efecto todo tiempo pasado fue mejor, pero no, el pasado no es mejor ni peor, es simplemente el pasado, recuerdos para rumiar, que es una forma de volver a vivir; momentos cuyo gusto solo podía tomarse en su oportunidad, porque cada etapa de la vida tiene su propia intensidad y sabor.

A mis 51, me visualizo el pasado sábado en la mitad de una muchedumbre en el Concierto de Salsa de las Fiestas de la Cosecha, a eso de las 8:30 p.m., en el costado sur occidental de la rotonda de la calle 71 a la altura del Almacén Éxito en Cuba; me acompañan mi hermana, una amiga de ella y mi hijo; estamos parados sobre el separador y literalmente no nos podemos mover; calculo que en esa parte del espacio dispuesto para el concierto hay unas 2500 personas, por lo tanto en todos los alrededores del escenario, donde habría de hacer su presentación el Grupo Galé, el Grupo Niche y Charly Aponte, como principales atracciones, habría más de 10.000 personas, una barbaridad.

El ambiente es fabuloso, la gente está tranquila, los vendedores de guaro y cerveza van y vienen; estimo que de cada 10 asistentes 6 son mujeres; el sonido es perfecto y cada uno se las arregla para bailar en el medio metro cuadrado que le corresponde.  En estas circunstancias me asalta un pensamiento: no hay fiestas buenas ni fiestas malas, simplemente hay fiestas a las que uno va, o no va.

Luego de casi dos horas, que se me pasaron volando, por lo entretenido que estaba, suena “Pa qué me llamas” la canción del grupo Galé que esperaba que cantaran, la que me hizo ir al evento; me la gocé; tomé mi móvil, levanté los brazos e hice un video en una toma de 360 grados durante un poco más de 4 minutos que duró la interpretación; fue fascinante ver la gente, sus caras, sus pintas, su dicha.

Rayando las 11 p.m. decidí que ya era suficiente para mí, tomé a mi hijo de la mano, con fuerza; nos tardamos 10 minutos abriéndonos paso hasta llegar al semáforo del Crucero, para seguir caminando a casa. Al otro día supe que la fiesta se extendió por 5 horas más. No sentí remordimiento por haberme perdido a Niche tocando “Algo que se quede”, otra canción que me gusta bastante; en otra ocasión será; me quedo con la satisfacción de que muchos jóvenes si lo vieron; que para ellos será inolvidable y que dentro de 30 años seguramente estarán hablando de eso, así como yo hoy rememoro mis años mozos.

A la alcaldía de Pereira, mi gratitud. Entiendo que las fiestas costaron 5600 millones; pero no importa el costo cuando todo sale bien, si los eventos se planifican, se ejecutan con transparencia y se cumple el objetivo; el bienestar de la gente no tiene precio. La ciudad como colectivo es un cuerpo vivo y merece estas atenciones, así como cuando cada uno de nosotros cumple años y en casa nos celebran como lo merecemos.


miércoles, 17 de agosto de 2022

Cuentos del salchichón y la gaseosa

 


Por James Cifuentes Maldonado


A un poco más de una semana de haberse establecido el nuevo gobierno de Colombia, queda claro que en algunos temas la administración  está jugada, es decir no depende de nada ni de nadie, ni está interesada en medirle el aceite a la opinión pública, por ejemplo, en la iniciativa de la Paz Total, en la cual es inminente la constitución de la mesa de diálogos con el ELN e incluso se siguen explorando alternativas jurídicas para poderse sentar con las bandas criminales, dentro de ellas el clan del golfo que reclama un tratamiento político, que conlleve a un eventual sometimiento.  Otro ejemplo, el tremendo remezón en las filas de Ejercito Nacional y de la Policía Nacional, donde la premisa ha sido que los cuadros de los altos oficiales queden depurados de tachas o dudas en relación con el respeto a los derechos humanos, especialmente frente a los “falsos positivos”. 

La otra cara de la moneda son los proyectos de reforma tributaria y de reforma laboral, de gran polémica y sobre los que uno siente que el Presidente y el Congreso no tienen mucho margen de maniobra, por la alta sensibilidad dentro de la gente y dentro del empresariado. En estos temas puede decirse que los gobiernos ya no pueden hacer lo que se les venga en gana, por los miedos a un estallido social o a que los empresarios opten por la desidia, con el chantaje de hacer recortes en la mano de obra contratada, como se ha anunciado frente a la posibilidad de restablecer las horas extras a partir de las 6:00 pm.

Sobre el embeleco de los impuestos a ciertas bebidas y a ciertos alimentos, me detendré un poco con la siguiente consideración. Por supuesto que hacer Coca-Cola, Pepsi y Manzana Postobón, genera empleo para los pobres y riqueza para los dueños de las fábricas, pero ese no es el punto cuando discutimos los efectos dañinos del azúcar y si el mejor medio de control son los mayores tributos; el verdadero punto es la ignorancia, la falta de conciencia del auto cuidado, el punto es la salud. Aunque es posible que hacer ruido con la amenaza de que las gaseosas van a subir de precio puede tener algo de utilidad.

La polémica sobre las bebidas azucaradas y los alimentos ultra procesados, qué si el salchichón, qué si la salchi-papa, no es más que bulla que no va para ninguna parte, porque la economía se mueve es con plata y al final la reforma tributaria será del tamaño que decidan los dueños del capital, ni siquiera los políticos que solo son los muñecos de ventriloquia de los magnates.

Lo que verdaderamente importará es lo que a cada uno de nosotros nos dé la gana de comer y de beber, al precio que sea, en términos del vil dinero y con el costo que ello represente para nuestra integridad física, en términos de salud y calidad de vida.

O es que ¿acaso al que está entonado le importa si la botella de aguardiente con la que se va a emborrachar y con la que se va a tirar el hígado vale 100.000 o 150.000?  O es que ¿acaso al borracho le importa que con esa misma plata puede comprar verduras para todo el mes en su casa?; ¡qué va! pura milonga, pura lora y ganas de joder, de lado y lado, igual que la guerra estéril contra el tráfico ilegal de drogas, que son ilegales sólo porque a alguien le conviene.