sábado, 9 de enero de 2021

Miscelánea Las 12 uvas

 


Por James Cifuentes Maldonado 

 

Me negué en el cierre de 2020 a hacer balances, como es tan común hacerlo, porque sentí la necesidad de sacudirme de las percepciones que nos imponen los convencionalismos, porque sentí que el tiempo es uno solo y que los días, los meses, los años y las demás unidades de medida son eso, referencias, meros hitos que nos inventamos, por orden o por organización, pero que además terminan siendo barreras psicológicas que al final nos hacen conceptuar si determinado periodo ha sido bueno o ha sido malo, en función quizás de si conseguimos o no lo que esperábamos, lo que soñamos o lo que planeamos, lo cual, en este enfoque me parece apenas una muestra del misticismo que caracteriza a los seres humanos. 

 

Si nos plegamos a una visión más objetiva, la existencia, la vida, el destino, no son cosas que a la larga dependan o puedan evaluarse por lo que sucede o no sucede en el lapso en el que la tierra le da la vuelta al sol o, en otras palabras, no veo como, por el mero hecho de que nos acostemos en un año y nos levantemos en otro, las cosas puedan tornarse mejores o peores, ni veo como ello pueda significar que los hechos que no se dieron ya no puedan ser y eso determine para una nación, para una empresa o para un individuo un resultado negativo, un lastre o una sentencia de fracaso.   

 

Aunque por tradición a la media noche de todos los 31 de diciembre, antes de la oración que eleva mi madre, me como las 12 uvas, y pienso en los deseos que tengo para la nueva vigencia, lo cierto es que esos deseos siempre son los mismos, y me temo que no solo es mi caso, sino que aplica para todas las personas que practicamos este agüero, que es un acto de esperanza, importante por el nivel de conciencia y la energía que se concentra en este ejercicio, mientras dura; y digo, mientras dura, porque en la transición hacia el nuevo año, muchos de los que nos comemos las 12 uvas con los ojos cerrados, con la ilusión encendida por dentro, pidiendo por la salud propia y la de nuestra familia, por el trabajo, por la prosperidad y por la paz del mundo, nos entregamos a la celebración, nos emborrachamos y por supuesto recibimos el tiempo anhelado enguayabados y es posible que ni siquiera recordemos lo que prometimos la noche anterior.  

 

Los que amanecen en mejores condiciones el 1 de enero, salen a hacer deporte porque tienen la extraña idea de que con ello van a determinar el rumbo de una vida sana para el resto del año, bajo la lógica no tan lógica de las cabañuelas. Pero todas esas manifestaciones, muy sensibles, muy populares, suelen ser flor de un día o a lo sumo de una semana, porque luego las cosas volverán a su cauce. Al encender la radio nos enteraremos de que, como dice la canción de Sandro “al final la vida sigue igual”; las noticias serán las mismas que todos los años, los mismos muertos, las mismas quejas, que el ajuste del salario es ridículo, que la carestía, que la corrupción, y día tras día los sueños y los propósitos de las 12 uvas se irán cumpliendo o desvaneciendo, y algunos se dedicarán a esperar que llegue otra vez diciembre para volver a soñar.  

 

No digo que no se valga soñar; lo que digo es que, después de cerrar los ojos y pedirle a Dios, hay que abrirlos y actuar. 

LOS DECRETOS DE CAUCHO Y LAS TRES VUELTAS DEL PERRO 🐕


 Por James Cifuentes Maldonado

Creo que un análisis de la contrariedad de este tema de los que yo llamaría “los decretos de caucho”, para contrarrestar el embate del coronavirus por estos días, puede ser el siguiente:

Los decretos del gobernador de Risaralda y del alcalde de Pereira fijan restricciones, “pico y cédula” y - toque de queda - , en los horarios y condiciones ya conocidos; seguidamente indican que ambas medidas quedan afectadas o inmersas en las excepciones del decreto nacional 1076, lo cual, en apariencia, es un contrasentido porque en efecto se trata de 46 excepciones, sin embargo hay que anotar que la mayor parte de esas excepciones tienen que ver con la prestación de servicios y el desarrollo de actividades y funciones, y no propiamente con el mero derecho de circulación. En este contexto, en principio, las personas que no ejerzan ninguna de esas actividades y funciones, entendidas la mayoría desde la perspectiva de la operación, la provisión o prestación al público (no del consumidor), nada tienen que hacer en la calle en los momentos de restricción. Ahora, el caso de las actividades físicas, la entrada a Ukumarí, a los restaurantes y a los hoteles, constituyen excepciones que no tiene que ver con esa operación, prestación o provisión, porque están del otro lado en la órbita del consumo.

Por eso, aunque parezca un tanto complejo, las restricciones sí existen y cuando decimos que aplican las excepciones del 1076 hay que entender que la mayor parte de esas 46 excepciones están dadas desde la perspectiva de la operación de funciones y la prestación de bienes y servicios y no tanto del consumo; Ahora, no es menos es cierto que esta tesis se desploma cuando damos alcance a una sola de las excepciones del decreto 1076, la fijada en el numeral 2, que de manera general e infinita dice “adquisición y pago de bienes y servicios”, lo que dejaría toda la discusión en cero, porque esa sola causal legitima y pone a toda la gente en la calle; en otras palabras, en la forma en que fueron dispuestos los últimos decretos, cualquier desocupado que sea sorprendido en la calle cuando no le corresponde, simplemente se excusa y se libra de sanciones diciendo que iba para la tienda a comprar un confite, un cigarrillo o un plátano.

Lo anterior nos deja en el único escenario viable y eficaz de control frente a la pandemia: el buen juicio, la disciplina y la autorregulación, y esas son virtudes no muy populares por estos lados.

 

Saludos a todos.