miércoles, 5 de febrero de 2020

Miscelánea 05/02/2020

Por James Cifuentes Maldonado

Aunque se trate de minutos, la espera se hace eterna en un trancón o en lugares como un banco, un supermercado o la EPS; el tiempo transcurre lento y se abren unas pequeñas ventanas de ocio fisgón, que nos permiten ver cosas y fijarnos en detalles que normalmente en el agite de la vida moderna pasan inadvertidos, porque nada importa más que nosotros mismos y abrirnos paso para llegar a dónde vamos; lo demás no existe.
Hace poco, en la fila de una de esas tiendas de bajo costo, había junto a mí una señora y más atrás una joven muy bonita, que luego supe era la hija, de unos 23 o 24 años la cual se me adelantó para hacerse al lado de su mamá; la señora que debía tener unos 65 años, se acercó suavemente al oído de la joven, como pidiéndole algo, obteniendo como respuesta un sonoro grito, o más bien un atronador berrido, que casi la despeina; diciéndole: ¡Mamá! ¡Se espera!; me quedé pasmado y la chica ya no me pareció tan bonita; se volvió fea.
Nadie está exento de afrontar un mal día y seguramente la joven de la que aquí hablo tenía algún motivo para estar contrariada, pero como cristiano de tradición a mí me enseñaron Los Mandamientos y se me quedó gravado muy especialmente el cuarto, que indica que debemos honrar padre y madre, y por ello veo con asombro y no entiendo cómo los hijos y las hijas de hoy en día le faltan al respeto y hasta maltratan a sus progenitores.
El anterior incidente, aunque reprobable e indignante, resultó minúsculo frente a la noticia que me topé luego en las páginas de El Diario, según la cual un muchacho de 19 años, en el sector de Potro Rojo, mantenía en un régimen de terror a sus hermanos y a su mamá a la cual golpeaba constantemente, llegando incluso a tumbarle un diente y a arrastrarla por la casa, como entiendo lo relató la policía.
Y ahí, qué podría decirse; quizás la culpa es nuestra; y doy alcance a una maravillosa columna recientemente publicada por el Padre Pacho titulada “Hipersensibles”, en la que desnuda la realidad de los hijos que desde hace un tiempo venimos criando y cuya sobreprotección y comodidades los han hecho “flojos, frágiles, fáciles  y alérgicos al fracaso”; yo agregaría arrogantes.
Los padres modernos, en algunos casos por exceso de amor y en otros por irresponsable generosidad, en el afán de evitarles carencias y sacrificios  a los hijos, estamos construyendo unos dictadores perversos y egocéntricos, a los que no importa cuánto les demos, parece que siempre les quedamos debiendo.
Algo anda mal, reflexionemos.

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