Por James Cifuentes Maldonado
Aunque
se trate de minutos, la espera se hace eterna en un trancón o en
lugares como un banco, un supermercado o la EPS; el tiempo transcurre
lento y se abren unas pequeñas
ventanas de ocio fisgón, que nos permiten ver cosas y fijarnos en
detalles que normalmente en el agite de la vida moderna pasan
inadvertidos, porque nada importa más que nosotros mismos y abrirnos
paso para llegar a dónde vamos; lo demás no existe.
Hace
poco, en la fila de una de esas tiendas de bajo costo, había junto a mí
una señora y más atrás una joven muy bonita, que luego supe era la
hija, de unos 23 o 24 años
la cual se me adelantó para hacerse al lado de su mamá; la señora que
debía tener unos 65 años, se acercó suavemente al oído de la joven, como
pidiéndole algo, obteniendo como respuesta un sonoro grito, o más bien
un atronador berrido, que casi la despeina;
diciéndole: ¡Mamá! ¡Se espera!;
me quedé pasmado y la chica ya no me pareció tan bonita; se volvió fea.
Nadie
está exento de afrontar un mal día y seguramente la joven de la que
aquí hablo tenía algún motivo para estar contrariada, pero como
cristiano de tradición a mí me
enseñaron Los Mandamientos y se me quedó gravado muy especialmente el
cuarto, que indica que debemos honrar padre y madre, y por ello veo con
asombro y no entiendo cómo los hijos y las hijas de hoy en día le faltan
al respeto y hasta maltratan a sus progenitores.
El
anterior incidente, aunque reprobable e indignante, resultó minúsculo
frente a la noticia que me topé luego en las páginas de El Diario, según
la cual un muchacho de
19 años, en el sector de Potro Rojo, mantenía en un régimen de terror a
sus hermanos y a su mamá a la cual golpeaba constantemente, llegando
incluso a tumbarle un diente y a arrastrarla por la casa, como entiendo
lo relató la policía.
Y
ahí, qué podría decirse; quizás la culpa es nuestra; y doy alcance a
una maravillosa columna recientemente publicada por el Padre Pacho
titulada “Hipersensibles”, en
la que desnuda la realidad de los hijos que desde hace un tiempo
venimos criando y cuya sobreprotección y comodidades los han hecho
“flojos, frágiles, fáciles
y alérgicos al fracaso”;
yo agregaría arrogantes.
Los
padres modernos, en algunos casos por exceso de amor y en otros por
irresponsable generosidad, en el afán de evitarles carencias y
sacrificios
a los hijos, estamos construyendo
unos dictadores perversos y egocéntricos, a los que no importa cuánto les demos, parece que siempre les quedamos debiendo.
Algo anda mal, reflexionemos.
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