miércoles, 26 de febrero de 2020

Miscelánea 26/02/2020

 

 
Por James Cifuentes Maldonado
 
 
Jugada la sexta fecha de la Liga BetPlay, Deportivo Pereira suma 10 puntos que lo ubican en la parte alta de la fase todos contra todos, en un torneo corto y peligroso para los equipos de la cola que luchan por conservar la categoría. Puede decirse, literalmente, que estamos en presencia de dos competencias diferentes, la que disputan los equipos que tienen 100 o más puntos en la escala del descenso, a partir de Envigado, Patriotas y Pasto hacia arriba, y la de los que están por debajo de esa medida, Chicó, Jaguares y nuestro Grande Matecaña.
 
El fútbol organizado es un negocio privado que se rige por sus propias reglas, dictadas en Colombia por la todopoderosa Dimayor, las cuales obviamente están determinadas por las fuerzas y conveniencias de la economía y del mercado, como toda actividad capitalista, donde se mueven peces grandes y peces chicos. Por ello, en el rentado nacional se presenta una situación que desafía los límites del sentido común y de la justicia, puesto que los equipos que cada año son promovidos a la primera división, deben cargar el pesado piano que les significa arrancar en el fondo con el puntaje del peor equipo que se salvó del descenso en el torneo anterior.
 
Para este año la brecha ha sido de casi 20 puntos, respecto de los equipos que están fuera de la zona de riesgo, lo que prácticamente hace concluir que, a pesar del mérito de haber ganado dos torneos en el mismo año en la B, Deportivo Pereira en realidad no está ascendido sino que juega en primera con una especie de matrícula condicional, que le exige hacer un esfuerzo mayor y desequilibrado para poder quedarse.
 
Reza el latinajo: “dura lex, sed lex”, o más parroquialmente, “en Colombia la ley es para los de ruana”, y por eso pensar en que cada año los dos últimos equipos de la A desciendan y que los dos primeros de la B asciendan, sin el embeleco del promedio, sería una obviedad y una simpleza que amenazaría a los mal llamados equipos históricos, sin los cuales el espectáculo no estaría garantizado; por eso hay que tener los pies sobre la tierra y entender que, tal y como funciona el fútbol profesional en Colombia, el desafío de permanecer en la A es grande; tenemos una sola posibilidad entre tres; pero en esa disputa hasta ahora el Pereira ha mostrado el mejor nivel y tiene los argumentos futbolísticos para refrendar su promoción y ponernos a celebrar nuevamente en diciembre.
 
El Deportivo Pereira, con sus hinchas fieles y sus 76 años, es más histórico que cualquier otro. Saludos.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Miscelánea 19/02/2020




Por James Cifuentes Maldonado


Dicen que la calle 21ª , que en otrora fue el acceso principal al centro de la ciudad, fue concebida como un gran bulevar desde la carrera 14, a la altura del Parque Olaya, que iría hasta la carrera tercera, pero que algunos propietarios, que licenciaron construcciones nuevas sin que se les impusieran los retiros correspondientes o que, habiéndoseles impuesto, las autoridades no se los hicieron cumplir, literalmente se atravesaron e impidieron que la iniciativa se terminara como estaba pensada y por esa razón es que esa calle monumental, se cierra abruptamente al llegar a la carrera séptima.

Dicen que el proyecto de deprimido o paso a desnivel y rotonda que exige la intersección de Corales, para que cumpla a cabalidad con la demanda de movilidad  del sector, no se pudo implementar, porque los costos que significaría la compra de los predios donde actualmente funcionan dos estaciones de servicio eran inmanejables, por su exorbitancia; que la aspiración de los propietarios podría ascender a los 35 mil millones de pesos, una friolera muy superior incluso al costo mismo de la solución vial con todos los juguetes, lo que hizo inviable una negociación y mucho más una expropiación.

Y entonces, se pregunta uno ¿Hasta dónde debe llegar o hasta dónde es razonable que prevalezca el interés general sobre el particular? ¿Es justo que la calle 21ª no haya desembocado con toda su amplitud original en la carrera 3ª, y que por culpa de eso hayamos frustrado un desarrollo distinto, más cómodo y de mayor calidad  para nuestro Centro? ¿Es admisible que la solución vial más importante para el suroccidente de Pereira, que dicho sea de paso, es la única zona de expansión de la ciudad, donde todo crece y se multiplica menos las vías, consista en una glorieta de mayores dimensiones que la actual, pero que a la larga se convierta en un nudo de carros más grande  y más difícil de cruzar?

La capacidad de anticiparnos a esos desafíos y la forma en que planeamos y ejecutamos las soluciones, nos definen como un pueblo grande o un pueblo chiquito, que avizora la ciudad para los próximos 50 años  o que no es capaz de ver más allá de sus narices.

Necesitamos más soñadores como Henry Carvajal, que ve autopistas y viaductos por todas partes y como Hernán Roberto Meneses, que se ha atrevido a imaginar un tren rápido que nos conecte con Cali en hora y media.

Alcalde y Gobierno Nacional, necesitamos a Cerritos surcada de avenidas por todos sus flancos, para que el progreso de Pereira no se detenga.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Miscelánea 12/02/2020



Por James Cifuentes Maldonado


Volví a ver “Cóndores no entierran todos los días”, la película  basada en la novela de Gustavo Álvarez Gardeazabal, que aborda el tema de la violencia partidista y sectaria de Colombia en los años 50 con los famosos “pájaros”, asesinos a sueldo que mataban en defensa del “gobierno legítimamente constituido”, según el adoctrinamiento del Partido Conservador de la época; Protagonizada por Frank Ramírez en el papel de León María Lozano, a quien en el Valle del Cauca apodaron el “Cóndor”, tristemente célebre por ser el equivalente al más fanático paramilitar, con la misión de defender la patria limpiándola  de liberales.

Una frase de la cinta retumba en mi cabeza, cada vez que considero los fenómenos criminales tan ajenos a la comprensión humana: “es cuestión de principios”, que el director, Francisco Norden, puso en labios del Cóndor, para expresar que su macabra causa era un asunto de elemental justicia, que ejecutaba no como algo personal sino como un acto sublime de necesidad y de obediencia a los designios del Partido, por el bien de la Nación y de la Fe, pero que yo al final entendí como que el problema de matar radica en hacerlo por primera vez. Muerto el primero, dos o tres, o cincuenta “muñecos” más, da igual, eso no altera ni agrava para los asesinos la circunstancia de haber transgredido el lindero ético del respeto por la vida, cuando la vida deja de ser sagrada.

Muchos nos preguntamos cómo carajos es que en este país aún se asesina casi un líder social por día y más de 300 por año, sin establecerse quién los mata; y todo ello ante el silencio infame de muchos dirigentes políticos y de ciertas élites de la sociedad que convenientemente niegan el conflicto y van por ahí repitiendo que se trata de ajustes de cuentas entre delincuentes comunes, retaliaciones del narcotráfico, cuando no por ropa extendida o líos de faldas.

La violencia por motivos ideológicos en Colombia jamás se ha ido, ha evolucionado y hoy se comporta como una empresa fantasma movida por hilos invisibles, gente “de bien”, que ostentan el monopolio de la moral y el entendimiento sobre qué es lo que más le conviene al país y saben reconocer, de entre los muertos, a los que “bien mueren”.

Adenda. La semana pasada un abogado y un juez lloraron en un juicio, por la violación y muerte de un solo niño, y nos recordaron que un monstruo torturó y mató casi 200; quizás para Garavito, en su aberración, matar también fue una “cuestión de principios”, que tampoco fuimos capaces de ver ni evitar.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Miscelánea 05/02/2020

Por James Cifuentes Maldonado

Aunque se trate de minutos, la espera se hace eterna en un trancón o en lugares como un banco, un supermercado o la EPS; el tiempo transcurre lento y se abren unas pequeñas ventanas de ocio fisgón, que nos permiten ver cosas y fijarnos en detalles que normalmente en el agite de la vida moderna pasan inadvertidos, porque nada importa más que nosotros mismos y abrirnos paso para llegar a dónde vamos; lo demás no existe.
Hace poco, en la fila de una de esas tiendas de bajo costo, había junto a mí una señora y más atrás una joven muy bonita, que luego supe era la hija, de unos 23 o 24 años la cual se me adelantó para hacerse al lado de su mamá; la señora que debía tener unos 65 años, se acercó suavemente al oído de la joven, como pidiéndole algo, obteniendo como respuesta un sonoro grito, o más bien un atronador berrido, que casi la despeina; diciéndole: ¡Mamá! ¡Se espera!; me quedé pasmado y la chica ya no me pareció tan bonita; se volvió fea.
Nadie está exento de afrontar un mal día y seguramente la joven de la que aquí hablo tenía algún motivo para estar contrariada, pero como cristiano de tradición a mí me enseñaron Los Mandamientos y se me quedó gravado muy especialmente el cuarto, que indica que debemos honrar padre y madre, y por ello veo con asombro y no entiendo cómo los hijos y las hijas de hoy en día le faltan al respeto y hasta maltratan a sus progenitores.
El anterior incidente, aunque reprobable e indignante, resultó minúsculo frente a la noticia que me topé luego en las páginas de El Diario, según la cual un muchacho de 19 años, en el sector de Potro Rojo, mantenía en un régimen de terror a sus hermanos y a su mamá a la cual golpeaba constantemente, llegando incluso a tumbarle un diente y a arrastrarla por la casa, como entiendo lo relató la policía.
Y ahí, qué podría decirse; quizás la culpa es nuestra; y doy alcance a una maravillosa columna recientemente publicada por el Padre Pacho titulada “Hipersensibles”, en la que desnuda la realidad de los hijos que desde hace un tiempo venimos criando y cuya sobreprotección y comodidades los han hecho “flojos, frágiles, fáciles  y alérgicos al fracaso”; yo agregaría arrogantes.
Los padres modernos, en algunos casos por exceso de amor y en otros por irresponsable generosidad, en el afán de evitarles carencias y sacrificios  a los hijos, estamos construyendo unos dictadores perversos y egocéntricos, a los que no importa cuánto les demos, parece que siempre les quedamos debiendo.
Algo anda mal, reflexionemos.