Por James
Cifuentes Maldonado
Hablábamos de
regionalismos, en medio de la reunión que, entre cervezas y humo, se trenzaba
en discusiones futboleras, sobre la campaña irregular del Once Caldas,
instalado en las finales de la Liga II de 2024, pero con la curva de rendimiento
hacia abajo; el fracaso del Deportivo Pereira, que se quedó en la puerta de la
clasificación a cuadrangulares y la ilusión de que el Deportes Quindío retorne
a la A, que para este año se quedará en eso, en una ilusión, cuando, de sopetón,
me preguntaron que qué tan pereirano era yo, a propósito de la cara de chino
nacionalizado peruano que me gasto; les respondí, mucho, muy pereirano, como se
los voy a sustentar.
Miren, yo nací en un paraje llamado El Crucero, del corregimiento de Altagracia, entre las veredas El Jazmín y el Estanquillo; allí me tuvieron hasta casi los dos años cuando, siendo un sobreviviente del carranchil o “siete luchas” y con pinta de tullido, porque vine a caminar casi a los 3 años, me trajeron a vivir a un inquilinato en el Barrio Mejía Robledo, donde, para fortalecer los huesos, mi mamá me untaba las sobras de las claras de las cocas de huevo que le pasaban las vecinas y, además, me enterraba hasta la cintura entre la arena y el cisco de café que arrojaba la Trilladora Espinoza, que quedaba cerca, en un costado del Parque Olaya Herrera.
Entonces, criado en la calle, en la 15 con 18, al pie de Expreso Palmira y del Taller Estación, donde solía recoger chatarra para ganarme unas monedas, a 7 cuadras de la Plaza de Bolívar, alimentado con aguapanela, arepa con mantequilla y migote de buñuelo, nieto de Olga María Marulanda, de los Marulandas pobres, efectivamente, me siento muy Pereirano, pero no tanto como que me impida exaltar el valor de mis ancestros vallunos y antioqueños, puesto que mi mamá es arracachipuntuda de Ulloa y mi papá de algún lugar entre Filandia y Chinchiná; por eso aunque el corazón solo me da para declararme hincha del Deportivo Pereira, en la A, en la B o en la Z, no me cuesta nada y, por el contrario me agrada mucho, cuando al Once Caldas, al Deportes Quindío y al América de Cali les va bien y, es más, les hago fuerza.
Seguramente más pereirano que yo, y todos los que aquí nacimos o los que a aquí llegamos, sea solo la misma Pereira; por eso, para medir la pereiranidad, puede ser útil acudir a varios referentes, por ejemplo: Más pereirano que la papa rellena, que en Manizales llaman pastel; más pereirano que el Bolívar Desnudo que un día lo enguacalaron y nos amenazaron con llevárselo a otra ciudad, para que tomáramos conciencia de su valor; más pereirano que el viaducto, que hace de Pereira y Dosquebradas un solo cuerpo y una sola identidad; más pereirano que el Palacio de la Chunchurria, donde llenan la panza y disimulan la rasca los amigos de la noche; más pereirano que el Barrio Cuba, con su parque Guadalupe Zapata y su permanente carnaval; más pereirano que el Barrio La Esneda, que queda en Dosquebradas, al otro lado del río Otún, de la misma forma que la Piedra del Peñol queda en Guatapé.
Sí señor, soy pereirano, aunque prefiero decir que soy del Eje Cafetero, aunque ya poco se cultive el café; que soy de un lugar del Viejo Caldas o del Viejo Cartago, que soy hijo de caucanos y antioqueños, y que, por esa rara mezcla, me siento tan especial, que soy incapaz de llamarme paisa.
Adenda. Punto para la alcaldía de Pereira, con la anticipación del alumbrado en 2024 y por regalarnos dos meses de Navidad.