martes, 27 de febrero de 2024

Miscelánea - No fue gol de Junior

(Foto Pereira En Vivo) 


 Por James Cifuentes Maldonado

 

 

El árbitro Andrés Rojas, con cierto prestigio dentro del futbol profesional colombiano, por lo menos hasta el pasado domingo, en el partido Pereira – Junior cambió su idoneidad y su buena fama por la indignación de una de las mejores hinchadas del país como la Matecaña, por el desconcierto y el enojo de más de 20 mil espectadores que fueron al estadio Hernán Ramírez y la reprobación de los entendidos en la materia, tanto de los periodistas deportivos como de los mismos árbitros.

 

El contexto de la fecha, que deja sentimientos encontrados, se resume en que teníamos al Deportivo Pereira 3° en la tabla de posiciones a 3 puntos del liderato, en una racha de 5 victorias en línea y además venía de ganar el clásico cafetero, doblegando al Once Caldas en su propio campo, lo que nunca ni jamás dejará de ser muy significativo.

 

El ambiente no podía ser el mejor y la hinchada acudió a la cita, aun en el brutal horario del domingo a las 8:30 de la noche. Mi hijo y yo, que estamos abonados, nos tuvimos que poner las pilas para conseguirle boleta a mi hija que se antojó de futbol. Cantamos con entusiasmo los himnos, sobre todo el de Pereira, que es una de las cosas que más me gustan de ir a futbol, todo el estadio es una sola voz, ya tenemos fama por eso.  

 

Rodó el balón, 10 minutos de ímpetu del Pereira que avasalló al Junior pero no pudo concretar, a pesar de haber creado varias oportunidades; el resto del primer tiempo para el olvido; el rival también traía lo suyo y nos fuimos al descanso con dos goles en la mochila.

 

Nos comimos las crispetas y en un abrir y cerrar de ojos, los barranquilleros aún no se habían acomodado en la cancha, el Depor igualó las acciones en los minutos 3 y 7 del segundo tiempo, con anotaciones de Darwin y Jordan. El alma nos volvió al cuerpo pero la angustia no paró, porque había mucho partido por delante y Junior era muy punzante con un Didier Moreno que, de no haber jugado, otra hubiera sido la historia.

 

Y pasó lo inimaginable; el partido estaba muy cerrado, con un leve dominio local; corría el minuto 82 cuando Carlos Darwin Quintero, que no hay adjetivos para calificarlo, recupera un balón por la punta izquierda y avanza como una culebra a mil por hora esquivando rivales, se adentra en el área chica, y en un acto de magia se auto habilita, el balón en el regate con el defensa juniorista  pica hacia arriba casi dos metros y “el científico” lo volea sólido y lo manda con furia al fondo de la red, Santiago Mele sólo lo vio pasar.

 

3 a 2, un resultado que era justo para el equipo y para la tribuna, hacíamos historia con la seguidilla de 6 triunfos, el Pereira estaba al tope de la tabla. Pero pasó lo que no podía pasar.  A los 6 minutos de adición llega el tercer gol de Junior el cual es anulado inicialmente y sin duda por el juez de línea, sin embargo el árbitro se ahogó en el mar de las confusiones que le generaron los “genios” del VAR. Andrés Rojas hoy podrá decir misa, pero sabía era fuera de lugar, lo supo en su momento y lo confirmó luego a solas en la tranquilidad del camerino, Bacca no tenía que tocar nada, con solo moverse ante el lanzamiento de Bocanegra contaminaba la jugada, todo el país lo entendió así, menos los del VAR, ni con el reglamento en la mano y 5 pantallas… muy raro. Un empate con sabor a robo.

miércoles, 7 de febrero de 2024

Miscelánea - Vivir … morir



Por James Cifuentes Maldonado

 

Me muero del susto; me muero de la dicha; me muero del miedo; me muero de la ira; me muero de la emoción; me muero de la tristeza; me muero del hambre; me muero de la llenura; me muero de sueño; me muero de placer; me mata la incertidumbre; me mata la intriga; me matas con esa respuesta; me matas con ese beso; me matas con tu desdén; me matas con tu mirada; me muero del frío; me muero del calor; me muero por verte; me muero por saber; no me digas, que me muero; si te vas me matas; si volvemos no tendremos vida.

 

Se me quedan por fuera muchas otras formas o sentidos figurados con los que los seres humanos decimos a diario que nos morimos, sin tener conciencia de lo drástica que es la muerte real, y no importan los sucesos ni las tragedias ni las perdidas que personalmente nos tocan y nos causan pena; la muerte sigue siendo una ventana lúgubre en la que de vez en cuando nos asomamos pero a la que normalmente preferimos dar la espalda. Suelo pensar que el estado que más nos sobrecoge, que más nos genera inquietud sobre la muerte y por ende sobre el valor de vivir, es cuando nos paramos frente al cajón en la velación de un conocido, de un amigo o de un pariente, sin embargo ese estado es efímero, pasa, se nos olvida rápido.

 

Me causó gran impacto ver la película la Sociedad de la Nieve, quedé lleno de sensaciones extrañas, pero muy especialmente me quedé pensando que los seres humanos somos demasiado retóricos sobre la vida y muy poco coherentes frente a lo que significa vivir, cuando indefectiblemente nuestro destino es la muerte.

 

En el viaje fatal del equipo uruguayo de rugby cuyo avión se siniestró en las montañas de Chile, el 13 de octubre de 1972, 13 personas murieron instantáneamente, otros padecieron varios días, hubo un grupo de 13 que literalmente convivieron con la muerte por semanas, con el tiempo suficiente para afrontarla, para mirarla a los ojos y finalmente dejarse llevar por ella en su desfallecimiento;  la parte grandiosa, milagrosa, 16 personas que creyeron morir no lo hicieron y para dicha de sus familias volvieron, reducidos en sus cuerpos pero engrandecidos en sus almas, la experiencia más íntima y más religiosa que alguien jamás pudiera tener.

 

Este nivel de conciencia sobre la vida y la muerte es el que no tenemos, el que permanentemente olvidamos cuando no nos cuidamos, cuando de una forma u otra recortamos la estancia de la vida, que en la línea del tiempo universal es una mera exhalación, o cuando inconscientemente hacemos todo lo posible para perder la calidad de nuestros días, cuando acortamos el camino hacia la enfermedad con nuestros malos hábitos o lo que es peor, cuando activamente nos arrojamos a los brazos de la muerte por irresponsables, por imprudentes.

 

La película me dejó claro que morir, como ese algo que en determinado momento solo le sucede a uno, es un desenlace inevitable y hasta un descanso, un alivio, pero resulta que como no estamos solos morir también es una fuente de dolor para aquellos a quienes dejamos.

 

La vida merece ser vivida, para uno y para los seres queridos, mientras podamos y dependa de nosotros. Dejo esta reflexión a los motociclistas que no respetan las normas de tránsito ni los límites de velocidad, a los que se drogan y a los que conducen borrachos.