Por James Cifuentes Maldonado
Nos enfrascamos en la polémica del vestido de la primera dama, y nos alejamos de la noticia de fondo de su reciente visita a Washington, porque mientras nos escandalizábamos con los gustos de doña María Juliana, el Presidente Duque, con su agresiva política exterior, sin medir consecuencias, en su afán de mejorar su imagen y construir un discurso propio, se prestó para los juegos de guerra de los Estados Unidos, y hasta ahora se ha negado tozudamente a responder la pregunta sobre si Colombia facilitaría, sí o no, su territorio para intervenir a Venezuela.
Y en medio de la distracción, el Gobierno inició el debate del Plan de Desarrollo, con un articulado que parece un campo minado, y con el que nos empezaron a cañar y a medir el aceite, con temas tan sensibles como el desmonte de los subsidios en servicios públicos, el incremento de las cotizaciones en seguridad social para los trabajadores independientes, la posibilidad de que se privaticen las inversiones donde el Estado es socio minoritario y que la totalidad del presupuesto nos lo dicten a rajatabla desde el Ministerio de Hacienda, dejando a Planeación Nacional como un mero apéndice decorativo.
Pero lo confieso, yo fui uno de los que gozó con las ocurrencias de la gente en redes al juzgar el estrambótico diseño con el que la señora De Duque se presentó a la Casa Blanca y con todo y la pena que me da con los defensores de oficio que le resultaron a la primera dama, con la misma miopía de los que defienden la seguridad democrática, sin importar sus costos, tengo que decir que habiendo alternativas seguras, conservadoras y elegantes para quedar bien, doña María Juliana tomó la peor decisión.
En asuntos de Estado, de protocolo y de imagen que involucran a toda la Nación, la forma también cuenta. A nivel privado es muy respetable cómo se vista la gente, pero cuando una persona en su fuero público representa a un país, hay que tener ciertos cuidados. Pareciera frívolo pero no lo es; así como la mamá envía bien presentados a sus hijos al colegio y la señora cuida que su marido no haga el oso en el trabajo, esos detalles se vuelven serios cuando la pareja presidencial viaja, porque es toda Colombia la que va con ellos.
Pero también tengo que decir que una cosa es la crítica,que es razonable y que es inherente a la relación que tenemos los ciudadanos frente a quienes nos representan, como principio democrático, y muy distinto es el maltrato a quienes además de ser personas ostentan una dignidad. Una pena, pero con todo y lo reprobable que es, lo que le ha pasado a la señora del presidente y el matoneo del que ha sido víctima, hace parte del precio de ser figuras públicas y es un llamado más a la conciencia sobre la forma en que la gente actúa a través de las redes, la mayor de las veces de manera tóxica y destructiva.